martes, 24 de junio de 2014

Gracias por robarnos un sueño

Impotencia, rabia, desolación, pena, tristeza, vergüenza ajena... Una mezcla de sentimientos que todavía me invaden. Un servidor aún no se cree lo que ocurrió el domingo en el Estadio de Gran Canaria. Lo mismo le pasa a muchos aficionados, y la verdad es que no sé muy bien cuándo lograremos olvidarlo.

Y eso que todo iba muy bien. La Unión Deportiva Las Palmas estaba luchando y dejándose la piel, los once titulares y los tres que entraron luego. Nos merecíamos, incluso, más goles, y no nos pitaron un penalti clarísimo a favor, cometido sobre Momo. El encuentro estaba bajo el control de los amarillos, pues el Córdoba tampoco creó prácticamente ninguna ocasión.

Hasta que llegaron ellos. Ya casi estaba hecho, solo faltaba minuto y medio para terminar... ¿No podían esperar? Todo lo que ocurrió a partir de la invasión de campo fue ajeno a los futbolistas del cuadro de Josico; no se les puede achacar, ni de broma, que encajaran ese gol en el último suspiro. Mientras los del Córdoba disfrutaron de un tiempo muerto -que en fútbol no existe-, los amarillos estaban más pendientes de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor que del encuentro en sí. Y es normal; los sacaron del partido y pasó lo que pasó. 

No voy a molestarme en insultar a esos 200 energúmenos -por decirlo de una forma suave- que nos arrebataron el sueño del ascenso a los verdaderos aficionados y, por supuesto, a los propios jugadores. A esos a los que se les dio caña durante toda la temporada: que si no lo daban todo, que si no querían subir a Primera... Pues resulta que sí, pero no les dejaron esos incalificables que no han ido a ver ni un partido en todo el año y nos lo chafan a los que llevamos toda la temporada sufriendo en el estadio por este equipo. 

Vergüenza siente la isla de Gran Canaria al completo. Pero esperemos que se explique bien el asunto en todo momento, porque esos sinvergüenzas fueron una minoría y no representan ni a la afición de la UD ni al pueblo canario, si bien es cierto que es preocupante que cada vez están saliendo más jóvenes de esta clase. Culpa, en primera instancia, de la (falta de) educación que reciben en sus casas, pero tampoco ayudan los recortes en cultura y educación; los políticos están colaborando también a incrementar esto. No hay que olvidarse tampoco del ejemplo que toman de muchos de sus ídolos, porque, inevitablemente, cuando vi sin camiseta a varios de esos chavales que saltaron, me acordé, por ejemplo, de Cristiano Ronaldo y de su chulería y prepotencia. Las mismas -tal vez peores- con las que actuaron ellos el domingo.

Creo que tampoco se trata de ponerle precio a sus cabezas. Esas fotos que están circulando por las redes sociales deberían rular por comisaría o por donde sea necesario para que todos y cada uno de ellos reciban el castigo que les corresponde en una sociedad civilizada. Y, por descontado, que no vuelvan a pisar un campo de fútbol en sus vidas. Como mínimo.

No quiero dejar de hacer mención a la falta de seguridad que hubo en el estadio. Esa fue la clave, lo que permitió que aquellos gamberros hiciesen lo que les diera la gana. No voy a señalar a los responsables de que hubiese poca seguridad, solo voy a decir, y repito, que eso fue lo que ocasionó todo. Muchos aseguran que el hecho de que se abrieran las puertas a falta de diez minutos para el final también estuvo mal. Yo no creo que fuera un error que se abrieran, porque puede haber gente que quiere salir; el problema es que permitieran entrar a los que estaban fuera. Pero, ojo, los que saltaron al campo no eran solamente los que entraron en ese momento; muchos estaban ya en las gradas desde el inicio. Es por eso que hay que tomar medidas para todos. ¿Qué habría pasado si los que saltan van armados? Prefiero ni pensarlo.

La impotencia y la pena no son solamente que no hayamos ascendido, que por supuesto también, sino por la manera en que ocurrió. Podríamos haber hecho un mal partido, podrían habernos ganado injustamente... Vamos, que se podría haber perdido en el campo. Pero no fue así, y eso es lo que da más rabia. Citando a Vicente Gómez, tal y como publicó en su cuenta de Twitter: "¡Qué decepción! Hoy me he dado cuenta de que la UD somos los 10/12 mil de siempre. Qué tristeza cuando te roba tu propia familia...".

El sentimiento de tristeza no se basa únicamente en que no vayamos a estar en Primera División la próxima temporada, que evidentemente también, sino especialmente por todo lo que ello conlleva. Significa que tendremos que esperar, al menos, todo un año entero para lograr volver a la máxima categoría, y eso si se consigue armar un equipo competitivo. Porque hay que tener en cuenta que muchos de los que están ahora mismo no se sabe si continuarán, y otros tantos ya van teniendo su edad. Este era el año, y la mejor oportunidad que habíamos tenido en mucho tiempo. Todo estaba de cara.

Igualmente me da pena, aparte de por los aficionados -los auténticos, claro- y el cuerpo técnico, por los jugadores mismos. No hay más que ver las lágrimas que derramaron. Momo, que estaba haciendo una segunda vuelta espectacular, estaba destrozado. En buena forma estaban también unos cuantos, como Javi Castellano, Deivid, Aythami... Y no me olvido del gran Juan Carlos Valerón. Podríamos haber estado en Primera con El flaco por fin; pero no. Y él, si el presupuesto lo permite, solo jugará una temporada más en el equipo, y tendrá que ser en Segunda División de nuevo. La humildad personificada y fútbol en estado puro, el de Arguineguín -al que, por lo visto, también agredieron algunos de esos impresentables- tiene que estar hecho polvo. Y a mí eso también me rompe el corazón.


Son muchas más las cosas que se han perdido por no ascender ahora. Sin ir más lejos, el presupuesto para el proyecto de la próxima temporada será la mitad, así que, como ya comentaba, habrá que ver qué bloque se puede formar.

Resumidamente, entre la falta -casi ausencia- de seguridad y los que saltaron al campo nos robaron un sueño. Gracias -nótese la ironía-. En fín, ojalá y el año que viene sí lo alcancemos. Como dice mi amigo Dani, el fútbol nos debe una.